sábado, 6 de julio de 2013

DEL PÁNICO A LA PAZ

Confianza en DIOS
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Bendiciones,
Enio
Meditación Diaria

DEL PÁNICO A LA PAZ
SALMOS 23:4 “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento.”
¿Qué es lo que te causa miedo?:
¿El subir a un avión? ¿Enfrentar una multitud? ¿Hablar en público? ¿Escuchar los resultados de exámenes médicos? ¿Tomar un nuevo trabajo? ¿Tomar un(a) cónyuge? ¿Conducir por la autopista? ¿La soledad?...  
La fuente de tu temor puede parecerle pequeña a otros, pero a tí se te enfrían los pies, te hace saltar el corazón y te lleva la sangre al rostro.
Eso le pasó a Jesús. Tenía tanto temor que sangró. Los médicos describen esta condición como hematohidrosis. La ansiedad grave provoca que se liberen elementos químicos que rompen los capilares en las glándulas sudoríficas. Cuando ocurre esto, el sudor sale teñido con sangre. Jesús estaba más que ansioso; tenía temor. El miedo es el hermano mayor de la preocupación.
Es notable que Jesús sintiera tal temor. Pero qué bondad la Suya al contárnoslo. Nosotros tendemos a hacer lo contrario. Disfrazamos nuestros miedos. Los ocultamos. Ponemos las manos sudorosas en los bolsillos, la náusea y la boca seca las mantenemos en secreto.
Jesús no lo hizo así. No vemos una máscara de fortaleza. Escuchamos una petición de fortaleza. «Padre, si es Tu voluntad, quita esta copa de sufrimiento».
El primero en oír este temor es el Padre. Pudiera haber acudido a Su madre. Podría haber confiado en Sus discípulos. Podría haber convocado una reunión de oración. Todo podría ser apropiado, pero ninguna otra cosa era Su prioridad. Se dirigió primero a Su Padre.  
Mil años antes, David exhorta a los temerosos que hagan lo mismo. «No temeré mal alguno». ¿Cómo podía David hacer tal afirmación? Porque sabía dónde poner los ojos. «Tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento».
Ah, ¡qué tendencia la nuestra de acudir a cualquiera! Primero al bar, al consejero, al libro de autoayuda o al vecino amigo. Jesús no. El primero en oír Su temor fue Su Padre en los cielos. ¿Cómo soportó Jesús el terror de la crucifixión? Primero fue al Padre con Sus temores.
Tú puedes hacer lo mismo con tus temores. No eludas los huertos de Getsemaní de la vida. Entra en éllos. Pero no entres sol@. Mientras estés allí, se honest@. Se permite golpear el suelo. Se permiten las lágrimas, y si tu sudor se convierte en sangre, no serás el primero. Haz lo que Jesús hizo: abre tu corazón, y se específico como Jesús lo fue. «Pasa esta copa», oró.
Díle a DIOS el número de tu vuelo de avión, cuéntale la longitud de tu discurso, dale a conocer los detalles del cambio de trabajo, etc., etc.
Él tiene mucho tiempo, y también tiene mucha compasión.  Él no piensa que tus temores son necios o vanos. Él ya pasó por éso. Él sabe cómo te sientes y lo que necesitas. Por eso condicionemos la oración como Jesús lo hizo: «Si quieres… » ¿Quería DIOS?  No le quitó la cruz, pero le quitó el temor.
No midas la altura de tu montaña; habla a Aquel que la puede mover. En vez de llevar el mundo a tus espaldas, háblale al que sostiene el universo en Sus manos.
Tener esperanza es mirar hacia adelante. Mientras corremos la carrera de la vida terrenal, se nos exhorta a mirar a Jesús. Ahora bien, ¿hacia dónde estás tú mirando?

ORACIÓN: Me acerco a Ti Señor para pedirte que me ayudes en las pruebas y dificultades. Gracias Señor porque Tu escuchas nuestras oraciones, y que se haga Tu voluntad. Gracias por las muestras de Tu amor. En el nombre de Cristo Jesús, amén.

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