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Bendiciones,
Enio
Meditación Diaria
¿CÓMO, NO CONOCES AL CORDERO DE DIOS?
JUAN 1:29 “Al siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: ‘¡Este es el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!’”.
En una iglesia en Noruega,
cerca de la parte más alta de la torre, hay grabada la figura de un cordero. Un
turista preguntó a alguien qué significaba esa figura.
Le contaron que cuando
estaban construyendo la iglesia, muchos años antes, un obrero se cayó de un
andamio muy alto. Sus compañeros bajaron corriendo, esperando encontrarlo
muerto. Pero, para su sorpresa y alegría, estaba vivo y sólo ligeramente
lastimado. El hombre sobrevivió a tan terrible caída porque en ese momento
estaba pasando por debajo del andamio un rebaño de ovejas, y él cayó encima de
un cordero. El cordero murió aplastado, pero amortiguó la caída del hombre,
salvando así su vida. Para recordar ese milagroso acontecimiento, alguien grabó
el cordero en la torre a la altura exacta desde donde cayó el hombre.
En Isaías 53:4-7, escrito
casi ochocientos años antes del nacimiento de Jesucristo, el profeta describe
la muerte del Señor en la cruz del Calvario. Nos dice: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades,
y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de
Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros
pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros
curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por
su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y
afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja
delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.” Desde luego, esa Persona que fue anunciada
por los profetas no era otro que Jesucristo, “el Cordero de Dios”.
Todo devoto judío sabía
que la única forma de acercarse a Dios y agradarle era a través de un
sacrificio, y en la Pascua más específicamente a través de la sangre de un
cordero completamente sano y sin defecto. Cuando colocaban sus manos en la
cabeza del animal y confesaban sus pecados, la sangre simbólicamente cubría el
alma del pecador ante la santidad de Dios.
Pero los sacrificios de
animales no podían quitar la culpabilidad del pecado, pues eran sombra del
sacrificio de Cristo en la cruz; por eso tuvo que venir Jesucristo para
quitarlos de forma permanente.
El es ‘el Cordero’ de Dios
que quita el pecado del mundo. Cristo, quien no cometió pecado, fue escogido
por Dios para dar Su vida, y librarnos de la condenación eterna.
Dios, en su infinita
misericordia, envió a su único Hijo con el fin de que Él pagara con Su vida por
los pecados de la humanidad y de esta manera ofrecer vida eterna a todo aquel
que creyera y aceptara ese magno sacrificio. Así dice Juan 3:16: “Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel
que en El cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”
Es a través de la muerte
de Jesucristo en la cruz, como el perfecto sacrificio de Dios por el pecado, y
Su resurrección tres días después, que ahora podemos tener vida eterna si
creemos en Él.
No hay otro nombre dado a
los hombres que tenga el poder de salvarnos de la condenación eterna y darnos
la entrada al cielo. Sólo a través de Jesús, por su muerte en la cruz del
Calvario y su posterior resurrección, somos perdonados, justificados y
reconciliados con Dios Padre.
Si has aceptado a
Jesucristo como tu Salvador, ¡Gloria sea al Señor! Si aún no lo has hecho, acepta la invitación
de recibir a Jesucristo como tu Salvador. Al entender el sacrificio del Cordero de Dios,
y creer en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, sólo tienes que
confesarlo con tus labios, arrepentirte de tus pecados y elevar una oración
pidiendo a Jesús que venga a morar en tu corazón. ¡Dios te bendiga!
ORACIÓN: Dios de amor y de misericordia, gracias por tu Hijo, el
Cordero Inmolado, Quien vertió su sangre preciosa por la humanidad, y quien es
digno de toda alabanza, honra y honor. A Él sea la gloria y el imperio por los
siglos de los siglos. Amén.