domingo, 31 de mayo de 2015

¿CÓMO, NO CONOCES AL CORDERO DE DIOS?

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Bendiciones,
Enio
Meditación Diaria
¿CÓMO, NO CONOCES AL CORDERO DE DIOS?
JUAN 1:29 “Al siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: ‘¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!’”.
En una iglesia en Noruega, cerca de la parte más alta de la torre, hay grabada la figura de un cordero. Un turista preguntó a alguien qué significaba esa figura.
Le contaron que cuando estaban construyendo la iglesia, muchos años antes, un obrero se cayó de un andamio muy alto. Sus compañeros bajaron corriendo, esperando encontrarlo muerto. Pero, para su sorpresa y alegría, estaba vivo y sólo ligeramente lastimado. El hombre sobrevivió a tan terrible caída porque en ese momento estaba pasando por debajo del andamio un rebaño de ovejas, y él cayó encima de un cordero. El cordero murió aplastado, pero amortiguó la caída del hombre, salvando así su vida. Para recordar ese milagroso acontecimiento, alguien grabó el cordero en la torre a la altura exacta desde donde cayó el hombre.
En Isaías 53:4-7, escrito casi ochocientos años antes del nacimiento de Jesucristo, el profeta describe la muerte del Señor en la cruz del Calvario. Nos dice: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.”  Desde luego, esa Persona que fue anunciada por los profetas no era otro que Jesucristo, “el Cordero de Dios”.
Todo devoto judío sabía que la única forma de acercarse a Dios y agradarle era a través de un sacrificio, y en la Pascua más específicamente a través de la sangre de un cordero completamente sano y sin defecto. Cuando colocaban sus manos en la cabeza del animal y confesaban sus pecados, la sangre simbólicamente cubría el alma del pecador ante la santidad de Dios.
Pero los sacrificios de animales no podían quitar la culpabilidad del pecado, pues eran sombra del sacrificio de Cristo en la cruz; por eso tuvo que venir Jesucristo para quitarlos de forma permanente.
El es ‘el Cordero’ de Dios que quita el pecado del mundo. Cristo, quien no cometió pecado, fue escogido por Dios para dar Su vida, y librarnos de la condenación eterna.
Dios, en su infinita misericordia, envió a su único Hijo con el fin de que Él pagara con Su vida por los pecados de la humanidad y de esta manera ofrecer vida eterna a todo aquel que creyera y aceptara ese magno sacrificio. Así dice Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”
Es a través de la muerte de Jesucristo en la cruz, como el perfecto sacrificio de Dios por el pecado, y Su resurrección tres días después, que ahora podemos tener vida eterna si creemos en Él.
No hay otro nombre dado a los hombres que tenga el poder de salvarnos de la condenación eterna y darnos la entrada al cielo. Sólo a través de Jesús, por su muerte en la cruz del Calvario y su posterior resurrección, somos perdonados, justificados y reconciliados con Dios Padre.
Si has aceptado a Jesucristo como tu Salvador, ¡Gloria sea al Señor!  Si aún no lo has hecho, acepta la invitación de recibir a Jesucristo como tu Salvador.  Al entender el sacrificio del Cordero de Dios, y creer en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, sólo tienes que confesarlo con tus labios, arrepentirte de tus pecados y elevar una oración pidiendo a Jesús que venga a morar en tu corazón. ¡Dios te bendiga! 

ORACIÓN: Dios de amor y de misericordia, gracias por tu Hijo, el Cordero Inmolado, Quien vertió su sangre preciosa por la humanidad, y quien es digno de toda alabanza, honra y honor. A Él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.  

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