LA VIRTUD QUE FALTA
SALMO 46:10 «Quédense quietos, reconozcan que yo soy DIOS. ¡Yo seré exaltado entre las naciones! ¡Yo seré enaltecido en la tierra!»
Raúl Sifuentes, un amigo, me cuenta que desde que era un niño de dos años hasta que se graduó de la universidad estuvo rodeado de personas e instituciones que se distinguían por decir citas y refranes. Entre éllas estaban las siguientes: «Vísteme despacio que tengo prisa», «Las cosas buenas llegan a los que esperan», «No sacrifiques lo permanente en el altar de lo inmediato», «La paciencia es una virtud».
Las primeras tres las podía entender. Sin embargo, el significado de la última le fue incomprensible durante mucho tiempo hasta que llegó a comprender que una virtud es un rasgo positivo del carácter que uno debe cultivar.
Para entender por qué DIOS considera la paciencia importante para el seguidor de CRISTO es útil mirar a su antónimo o sea lo contrario a la paciencia: la IMPACIENCIA.
En primer lugar, la impaciencia es dañina. Todos los días, periódicos de todo el mundo publican historias de personas que murieron a causa de la impaciencia en la carretera.
Segundo, la impaciencia es egoísta. El lema no pronunciado de la persona impaciente es: «Yo primero.» Sin duda esa es la razón por la que el apóstol Pablo dijo: «El amor es paciente» (1a Corintios 13:4). Es muy difícil ser amoroso y al mismo tiempo exigir que tus deseos sean complacidos antes que los deseos de los demás.
Tercero, la impaciencia es infantil. Una pataleta típica a la de un niño, contiene este sentimiento: «Lo quiero y lo quiero ahora». Sin duda alguna, el rasgo más significativo que caracteriza la naturaleza de una persona inmadura es la falta de disposición a esperar. El bebé quiere su leche ¡ahora!. El niño de dos años quiere sus juguetes ¡ahora!. El adulto inmaduro quiere sus cosas materiales ¡ahora!, y a menudo metiéndose en grandes deudas porque no está dispuesto a planificar y a ahorrar.
Vivimos en tiempos cuando la espera se hace cada vez más inaceptable. En otros tiempos la demora se medía en cuestiones de días y meses, hoy consideramos «demora» el tiempo que nuestra computadora tarda en abrir un programa, el que el microondas requiere para calentar nuestro café, el que una persona ocupa en atender el teléfono o el que un semáforo toma para cambiar de la luz roja a verde. Es decir, la impaciencia se ha instalado con tal prepotencia en nuestras vidas ¡que medimos el uso eficaz del tiempo en cuestión de segundos! Y aún cuando la espera es ínfima, nuestro espíritu inquieto no puede controlar los sentimientos de ansiedad y afán que son propios de la existencia del hombre en la sociedad moderna.
El mayor desafío cuando estamos fastidiados por las «intolerables» demoras que debemos «soportar» es el de aquietar nuestro espíritu. El salmista agrega un elemento importante al proceso de aquietar el espíritu y dominar los impulsos de la desesperación: «y conoced que soy DIOS.»
Nuestro llamado primordial en la vida es a orientar nuestra existencia total hacia una respuesta a las permanentes invitaciones de DIOS a caminar con ÉL y buscar Su mover en las situaciones más frustrantes.
De esta manera podríamos definir la paciencia como el desafío de disfrutar de DIOS cuando las circunstancias nos invitan a la preocupación, la ansiedad y el afán.
OREMOS: PADRE Celestial, gracias por la vida que me das, por la salud que nos prestas y por las bendiciones que derramas en mi y en mi familia. Te ruego SEÑOR, que en los momentos que necesitemos de la paciencia TÚ nos ayudes a dejarlo todo en las manos de DIOS y disfrutemos de ÉL. Te lo pedimos en el nombre de CRISTO, amén.
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