MÁS VIEJO PERO MEJOR
SALMO 92:12-14 “Como palmeras florecen los justos; como cedros del Líbano crecen. Plantados en la casa del Señor, florecen en los atrios de nuestro DIOS. Aún en su vejez, darán fruto; siempre estarán vigorosos y lozanos”.
¿Te gustan las construcciones antiguas? No nos referimos de la gasolinera en la esquina que fue construida en 1965. Hablemos de las construcciones verdaderamente antiguas, como el Partenón de Atenas, Grecia o el Coliseo de Roma; es decir, de las construcciones con carácter, con dignidad, y con importancia histórica.
El problema es que estos antiguos edificios se están viniéndose abajo. Y como resultado de éllo, otras personas que los aman tienen que gastar enormes cantidades de tiempo y de dinero para asegurarse de que no se desmoronen totalmente.
Pero no sólo se trata del Partenón. Así sucede con todo lo que construimos, sea cual fuere su magnificencia; incluso la mejor de las estructuras se debilitará a medida que pase el tiempo. Lo que se aplica a los edificios también se aplica a nosotros, en cierta manera. Es cierto que cuando somos veinteañeros no se nos ocurre que algún día nuestros cuerpos comenzarán a verse como el Partenón: peor por el uso.
Sin embargo, existe una deliciosa y emocionante dicotomía en nuestra existencia. Aunque puede que el envejecimiento se lleve el dinamismo físico de la juventud, hay otra parte en nosotros que puede dirigirse en la dirección opuesta. Espiritualmente hablando podemos mejorar, día a día, aún mientras nuestro cuerpo se dirige hacia su inevitable fin mortal (ese es un concepto agradable).
Puede que nuestras rodillas hayan comenzado a crujir un poquito y nos hagan más lentos, pero tal vez nuestra vida de oración esté tomando velocidad. Quizás nuestra vista se vuelva un poquito más borrosa y necesite ayuda, pero la Palabra de DIOS puede brillar con más fulgor y llegar a hacerse más preciosa para nosotros a medida que pasen los días.
Es el espíritu el que alimentamos, sabiendo que el cuerpo natural es sólo temporal. El final del cuerpo es un hecho, pero la renovación espiritual que necesitamos no lo es. Se requiere de una inversión para alimentar nuestra relación con DIOS.
Al envejecer nuestra visión debiera mejorar. No nos referimos a nuestra visión terrenal sino a nuestra visión celestial. Aquellos que han dedicado su vida a la búsqueda de las ganancias celestiales adquieren un salto en su andar cuando la ciudad entra en su campo visual. Ya sea que vivas en un cuerpo que todavía está tan fresco como un edificio moderno, o en uno que se empieza a parecerse al Coliseo, el hecho es que estás envejeciendo. Pero tu vida espiritual puede hacerse más fuerte cada día.
El tiempo se escurre. Los días pasan. Los años se desvanecen y la vida se acaba. Y la tarea que vinimos a realizar debe ser concretada mientras aún haya tiempo. Nos parecería raro que un viajero no estuviese preparado para la finalización de la travesía. Sentiríamos lástima por el pobre pasajero que nunca leyó su itinerario.
Nos extrañaría que alguno pensase que el propósito del viaje era el viaje en sí. Y para esa persona fueron escritas algunas de las palabras más tristes delas Escrituras. «Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos» (Jeremías 8:20). Otros, sin embargo, aguardan el destino con anticipación.
¿Es éste tu caso? ¿Estás listo para llegar al hogar celestial?
Para el creyente, la edad no es un enemigo, es sólo un indicador de la distancia recorrida, que suavemente nos avisa que el hogar nunca ha estado tan cercano.
OREMOS: PADRE Celestial, a cada día deseo estar más cerca de Tí para lo cual dame sabiduría para comprender y entender Tu Palabra, y que la pueda poner en práctica ayudando a otros a conocerte mejor. En el nombre de CRISTO, amén.
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