lunes, 27 de septiembre de 2021

AFERRARSE A LA ESPERANZA

Ejemplo de fe.

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Bendiciones,

Enio

Meditación Diaria

AFERRARSE A LA ESPERANZA

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**Leer 1ª Samuel 1:1-18

1ª SAMUEL 1:10-11 “Ana estaba tan triste que no dejaba de llorar. Por eso oró a Dios 11 y le hizo esta promesa: «Dios todopoderoso, yo soy tu humilde servidora. Mira lo triste que estoy. Date cuenta de lo mucho que sufro; no te olvides de mí. Si me das un hijo, yo te lo entregaré para que te sirva sólo a ti todos los días de su vida. Como prueba de que te pertenece, nunca se cortará el cabello».” 

Aferrarse a la esperanza es difícil cuando las circunstancias son lúgubres y no muestran señal de mejoría. Esto puede ser desalentador cuando sabemos que nuestro DIOS Todopoderoso podría remediar la situación y concedernos nuestros sueños, pero no lo ha hecho.

Quizás así se sentía Ana. Tenía el corazón destrozado porque el SEÑOR “no le permitía tener hijos” (1ª Samuel 1:5). Esto, por sí solo, era motivo de gran oprobio para una mujer hebrea de aquella época. Pero Ana sufría aún más por la provocación intencional de la otra esposa de su esposo, que había sido bendecida con hijos.

Pero Ana era una mujer de gran fe, incluso en medio de su frustración y su dolor. Nunca perdió la fe en DIOS, sino que dejó que su dolor la condujera a ÉL. En su desesperación, derramó su corazón ante el SEÑOR y le prometió que si ÉL hacía realidad su deseo de tener un hijo, ella se lo entregaría.

El ejemplo de fe de Ana es un estímulo para poner nuestras esperanzas delante de DIOS, el Único que puede concedernos nuestros deseos o alinearlos con su voluntad. Entonces, al reconocer que todo lo que tenemos es Suyo, estemos dispuestos a devolver al PADRE Celestial todo lo que ÉL nos da.

OREMOS: PADRE Celestial, gracias porque estás presto en ayudarnos cuando recurrimos a Ti presentándote nuestras necesidades, pruebas y agradecimientos. Tú eres dueño de todo nosotros solo somos tus administradores. Que todo lo que hagamos sea de tu agrado. En nombre de CRISTO, amén.

**Leer 1ª Samuel 1:1-18

DIOS LE DA UN HIJO A ANA

En Ramá, un pueblo de los cerros de Efraín, vivía un hombre llamado Elcaná. Sus antepasados fueron: Jeroham, Elihú, Tohu y Suf. Todos ellos eran descendientes de Efraín.

Elcaná tenía dos esposas: Peniná y Ana. Peniná tenía hijos, pero Ana no tenía ninguno.

Cada año Elcaná y su familia salían de su pueblo para ir al santuario de Siló. Allí adoraban al Dios todopoderoso y presentaban ofrendas en su honor. Allí también trabajaban dos hijos del sacerdote Elí, llamados Hofní y Finees.

Cuando Elcaná presentaba un animal como ofrenda, les daba una parte de la carne a Peniná y a sus hijos. Pero a Ana le daba la mejor parte porque la amaba mucho, a pesar de que Dios no le permitía tener hijos.

6-7 Como Ana no tenía hijos, Peniná se burlaba de ella. Tanto la molestaba que Ana lloraba mucho y ni comer quería. Todos los años, cuando iban al santuario, Peniná la trataba así.

En una de esas visitas, Elcaná le preguntó a Ana: «¿Por qué lloras? ¿Por qué no comes? ¿Por qué te afliges? Para ti, es mejor tenerme a mí que tener muchos hijos».

Ana dejó de comer, se levantó y se fue a orar al santuario. El sacerdote Elí estaba allí, sentado junto a la puerta. 10 Ana estaba tan triste que no dejaba de llorar. Por eso oró a Dios 11 y le hizo esta promesa: «Dios todopoderoso, yo soy tu humilde servidora. Mira lo triste que estoy. Date cuenta de lo mucho que sufro; no te olvides de mí. Si me das un hijo, yo te lo entregaré para que te sirva sólo a ti todos los días de su vida. Como prueba de que te pertenece, nunca se cortará el cabello».

12-13 Ana oraba a Dios en silencio. Elí la veía mover los labios, pero como no escuchaba lo que decía, pensó que estaba borracha. 14 Por eso le dijo: —¿No te da vergüenza estar borracha? ¡Deja ya la borrachera!

15-16 Pero Ana le respondió: —Señor mío, no crea usted que estoy borracha. No he bebido vino ni cerveza. Estoy muy triste, y por eso estoy aquí suplicándole a Dios que me responda.

17 Entonces Elí le contestó: —Vete tranquila, y que el Dios de Israel te conceda lo que has pedido.

18 Y Ana le dijo: —¡Usted sí me comprende!

Dicho esto, Ana regresó a comer y dejó de estar triste.

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